6/5/17

Hambre




Hambre  


Caminar calle abajo mirar al cielo
sus nubes blancas y presagios
sentir hambre cada vez que paso
y el aroma a pan fresco y café con leche se desborda.
El color mojado del guacamole salta por la ventana de una taquería
me arrastra a la mesa que está en un rincón
solitaria y cubierta con el típico mantel mexicano.
Espero con impaciencia a que venga la camarera
frente a mí hay una señora que me dice ‘ya viene no se preocupe’ 
la observo tiene mirada de exploradora
de esas que entran al alma forzando la puerta
me la imagino con una ganzúa calando la intimidad.
En este mundo de piñatas y tribus en disputa ella es una isla
pequeñita y rodeada por arrecifes
habla sola está sola se siente sola
‘la crueldad humana es la máxima expresión de su decadencia’
le comenta al espejo
entiendo lo que quiso decir
somos bichitos roedores
tragamos con ansia viciosa
nuestro ánimo destrutivo es incansable
¡qué importa el bosque el mar o el firmamento!
nos tragamos absolutamente todo y no paramos nunca
no paramos nunca
no paramos nunca
chirriiiiirrrr chirriiiiiirrrrrrrrr chaca chaca chaca
veo los caminos rebosantes de virutas
y recuerdo a Tania cuando bromeaba en la beca  
huye-ye huye que te cojo huye-ye huye que te muerdo.
Bichitos con boquitas de hierro y lenguas hirvientes
sabor a hiel y hojas rancias
pistolas en el equipaje y sangre en los talones
kamikazes burlones y exacerbados
que apuntan al éter para sobrellevar la asfixia.
Bichitos que envejecen presurosos
y versifican con la luz apagada
porque el esplendor los ciega
bichitos agresivos con sus bordes aserrados y esperanzas perdidas…
‘dime ¿eres uno de esos bichitos desgraciados?’
le digo a la señora a boca de jarro.
Ella se me queda mirando circunspecta y me contesta
‘no respires los que respiran mucho se convierten en esclavos
el convencionalismo y la arrogancia enferman’
los comensales nos miran con asombro pensando que estamos desquiciadas
la camarera viene montada en patines y me pregunta si me siento bien
le digo que tengo hambre
entonces toma mi orden sonriéndole a la propina del mediodía
guacamole nachos con salsa y frijoles refritos agua de tamarindo
en lo que llega la comida el oasis se llena de bereberes
té de menta dulce camellos turbantes dátiles alfombras mágicas
el genio de la lámpara está en su apogeo
y me ha lanzado al desierto de Zagora donde alguna vez amé sin miedo.
Cuando empiezo a comer desaparecen las visiones
y la señora se pasa la lengua por los labios
entonces me pregunto ‘¿de dónde la conozco?’
el pelo blanco la punta de la nariz desviada los párpados caídos
los ojos cansados y sedientos la piel muy blanca y pecosa
levanto el brazo y ella también lo hace
hago una mueca y ella también la hace
imita todo lo que hago todo lo que digo
al parecer se burla
su ironía huele a cilantro y jalapeño
se le queda mirando a una diva de caderas espectaculares
que camina en plan ostentación
‘es maravilloso sentirse ufana como una sirena homérica 
y que todas las pupilas den vueltas a tu alrededor’
me dice con picardía de vieja hambrienta.
‘Ahhhhhh -pienso mientras la escucho-
¡cuánta vida apoyada en el bordón achacoso!’
Terminamos de comer a la misma vez
nos levantamos y salimos del local al unísono
me sigue calle arriba como una sombra.
Cuando llego a la casa y abro la verja la invito a pasar.
Los bichitos están por todas partes
celebran el invierno veraniego mientras roen y se tragan todo… 
absolutamente todo.


C. K. Aldrey | De su libro inédito "Luna Roja"
Foto: c.k.a.

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